De vez en cuando la vida…

 Tanto tiempo esperándote... Tanto tiempo esperándote


Fue sin querer... es caprichoso el azar

No te busqué, ni me viniste a buscar...
(J.M. Serrat)

Volvía de un viaje que le había dejado una sensación agridulce. Estaba cansado, relativamente satisfecho pero cansado. Por delante, seis horas de autobús por una ruta conocida y con pocos atractivos, por lo que venía pertrechado con su e-reader y una buena carga de música en el móvil. El vehículo llegó prácticamente lleno, la parada anterior había sido en un lugar muy turístico y estaban a finales de verano. Buscó su asiento en las filas centrales y entonces la vio. Por un momento se quedó parado mientras notaba en su estómago la conocida sensación de vacío. Era, simplemente, preciosa. Reaccionó haciendo un esfuerzo y saludó educadamente. Ella le miró desde el asiento y le devolvió el saludo con un tono y una sonrisa que le parecieron de una cierta timidez. Se sentó a su lado con una sensación que no era desconocida para él. La belleza de una mujer situada dentro de su espacio de confort solía producirle esa intranquilidad. Sabía que sería incapaz de intentar iniciar una conversación. Un par de días antes, comentando con un amigo su nueva afición a utilizar internet para «descubrir amistades», le había dicho, riendo, que en cierto modo le pasaba como al personaje hindú de la serie The Big Bang Theory, una de sus favoritas en ese momento, incapaz de  hablar delante de una mujer atractiva. En este caso, además, se añadía otro factor: era muy joven, probablemente tendría, al menos, veinte años menos que él. Así que, con alguna mirada de reojo que le sirvió para comprobar que ella miraba obstinadamente el paisaje que se deslizaba a través de la ventanilla…, y que lucía un escote realmente magnético, decidió distraerse leyendo.

El autobús realizó la parada prevista, unas tres horas más tarde, en el clásico «abrevadero» de carretera: autoservicio, bocadillos algo revenidos y venta de quesos y vinos, además de las consabidas rosquillas y todo el surtido de chuches destinadas a entretener los viajes.., en fin, lo de siempre. Entonces ella le sorprendió. Cuando estaba cediéndole educadamente el acceso al pasillo, con la intención de observarla mejor, todo hay que decirlo,  ella le miró y con una dulzura que encajaba perfectamente con su imagen le dijo: «Se hacen pesados estos viajes ¿verdad?». Por un momento la miró desconcertado pero, afortunadamente, reaccionó con rapidez y con su mejor sonrisa contestó: «Si, es verdad, se agradece una parada aunque sea en medio de la nada». Ella le agradeció que la cediera el paso y avanzó hacia la puerta. Por el acento le pareció árabe, seguramente marroquí. Hasta ese momento no la había visto en pie, era muy poco más baja que él, apenas dos o tres centímetros, seguramente. Llevaba unos vaqueros ajustados y un top negro y decidió que se había quedado corto en la primera impresión.

Ella retuvo el paso, esperándole para entrar juntos a la cafetería.

Durante el resto del viaje, ella le contó que trabajaba cuidando niños y venía de pasar unos días, con la familia que la tenía contratada, en la playa. Él la explicó que se había jubilado hacía poco tiempo y que planeaba viajar todo lo posible.

Dos años más tarde, volviendo a casa después de acompañarla a la suya, recordaba ese primer encuentro mientras conducía por la autovía. En ese tiempo, a pesar de un intercambio intermitente de mensajes de whatsapp, solo se habían visto tres veces. Hacía menos de un par de horas que habían hecho el amor por primera y posiblemente última vez.



2 respuestas a “De vez en cuando la vida…”

  1. Avatar de el tio PEPE y MARIJOSE con un abrazo muy fuerte
    el tio PEPE y MARIJOSE con un abrazo muy fuerte

    sigue, que sabe a poco. . . . . . .

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    1. Jajaja, gracias, ya veis que soy de historias cortas

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SOBRE MI

Nací en 1953 en Carabanchel, recién incorporado al municipio de Madrid como un barrio periférico de obreros e inmigrantes, no muy distinto de lo que es ahora. Siempre me ha gustado la vida de barrio y me he identificado con él, yo que repudio fronteras, banderas e himnos más o menos por igual. Pero en el fondo sigo siendo aquel chaval al que los vecinos y las vecinas conocían como «el chico de la Antonia». Por muchos años…, sin exagerar.

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