La tentación vive al lado

Como todas las cosas interesantes, aquello empezó por una casualidad. Se había quedado sin tabaco, y aunque no fumaba habitualmente, esa tarde estaba intentando escribir una historia que se le estaba complicando y tenía la sensación de que los cigarrillos le ayudaban de alguna manera a concentrarse, así que decidió bajar al estanco que había en su misma calle, probablemente a punto de cerrar ya. Así que se calzó rápidamente unas playeras y salió. A la vuelta, esperando el ascensor, la vió por primera vez. Saludó y ella le devolvió el saludo.

-¿A qué piso vas?

-Al cuarto.

-Ah, yo también. ¿Te has instalado en el B?

-Estoy en ello. Pero me jode tanto desarmar las cajitas de los cojones que estoy esperando a ver si mis hermanos me ayudan el fin de semana. ¡Menudo coñazo!

No es que los «tacos» en boca de una mujer le escandalizaran, ni mucho menos, no era nada extraño últimamente incluso en chicas muy jóvenes, lo que le llamó la atención fue la forma de decirlos, con toda espontaneidad, una sonrisa muy natural y mirándole a los ojos directamente. «Si no pareciera una exageración diría que me ha soltado esas barbaridades con toda dulzura», pensó. Y respondió intentando no transmitir ninguna sensación especial:

-Bueno, vivo en la puerta de al lado, si necesitas algo…

-Me temo que necesito de todo, pero no te preocupes, pediré una pizza y veré alguna peli, al menos el micro y la tele están instalados.

Le cedió el paso cuando se abrieron las puertas, intentando no mirarle el culo cuando avanzaban por el pasillo hacia la zona en la que se situaban las puertas de sus respectivas viviendas.

-Buenas noches. Disfruta de la pizza. -Esta vez él también sonrió.

-Gracias. Por cierto, no sé si tu habitación limita con la mía, pero te advierto que duermo mal y a veces escucho algun CD hasta que me duermo, si te molesta el ruido no te cortes, un par de golpes en la pared y me doy por aludida. Lo juro. Es que no soporto los auriculares.

-Por lo que me has dicho antes pensé que tendrías la tele en la habitación.

-¡Ni de coña! La habitación es para dormir o para… -ahora se rió ampliamente- Todavía no tengo confianza contigo para según qué cosas. Me parece que ya te he escandalizado bastante.

El se rió a su vez:

-No lo creas, en realidad no soy tan serio, es que me han dibujado así.

-¡Rogger Rabbit!, muy bueno, empiezo a pensar que de verdad no eres tan serio.

-Ya te lo he dicho. -Y esta vez le dedicó la mejor de sus sonrisas.

-Nos vemos.

-Seguro.

Y entró en de nuevo en su casa. Se sentó frente al ordenador, abrió el paquete de tabaco y encendió un cigarrillo. De pronto se dió cuenta de que continuaba sonriendo. «Te estás haciendo mayor», pensó. «Que edad puede tener, ¿28, 30…? Seguro que le sacas casi veinte años». Aspiró una profunda calada e intentó concentrarse en el relato que tenía en la pantalla.

No volvió a verla hasta casi una semana después. Volvía de comprar en el super y de nuevo estaba esperando el ascensor.

-Buenos días, ¿cómo van esas cajas?

-Hola. Ya está todo guardado, ahora solo queda organizarlo, que también es un coñazo, pero eso lo tengo que hacer yo, si no luego no sé donde está nada. ¿Y tú? Vienes bien cargado, no me digas que cocinas.

-Pues sí, más que nada porque me gusta saber lo que como.

-Puff, mi única especialidad es la tortilla de patatas, como me saques de ahí, ya no tengo ni idea, y además comprar me aburre, asi que… Por cierto, ¿cómo te llamas?

-Martín, para lo que gustes mandar. ¿Y tú?

-Lola, pero no me mandes nada porque no te voy a hacer caso -dijo sonriendo.

-Bonito nombre, pero muy comprometido, ¿no?, hay que tener mucho carácter para llevar ese nombre con seguridad -y sonrió a su vez.

-Tranquilo, la de Merimée comparada conmigo es una pardilla.

Esta vez rieron los dos mientras entraban en el ascensor y ascendían hacia su piso. Aprovecho el momento de silencio, provocado en parte por la interposición entre ellos de las bolsas de la compra en el estrecho cubículo, para observarla mejor. Tenía el pelo castaño con algunas mechas más rubias, los ojos oscuros, no muy grandes y algo juntos, una naricilla pequeña y algo respingona y una boca que, sin duda, era lo más atractivo de su cara, aunque el conjunto desde luego era armonioso, no se podía decir que era una belleza pero sí una mujer guapa.

Ahora, el cuerpo era otra cosa, aunque prácticamente no enseñaba un palmo de piel, el suéter ajustado, de lycra, bastante cerrado de cuello, mostraba un pecho abundante y los pezones se marcaban perfectamente, lo que demostraba que aunque llevaba sujetador, eso era obvio, no utilizaba ningún relleno. Tenía hombros relativamente anchos, como si practicara natación asiduamente. Por lo demás era delgada sin exceso, pensó que usaría una talla cuarenta, y decidió, esta vez sí, observarla de espaldas con más atención al dejar el ascensor. Al fin y al cabo, era la zona del cuerpo de las mujeres que más le atraía, además de su obsesión, casi un fetiche, por las pieles suaves y sedosas. El camino desde el ascensor al descansillo, le demostró que los pantalones de traje que usaba, la chaqueta la llevaba en la mano, con el bolso, ofrecían una visión inmejorable: caderas justas y un culo redondo y firme. «Un ocho mínimo», pensó «y eso siendo muy exigente».

-Algún día tendrás que invitarme a comer, a ver si no vas de farol -dijo al llegar a la puerta.

-Cuando quieras, eso está hecho.

-No guapo, no está hecho y no me valen las sorpresas. Tengo que saberlo con un mínimo de tiempo porque yo tengo una vida social activa, además de novio y compromisos de trabajo. Y seguro que te gustará que lleve un buen vino, eso lo domino mucho mejor que la cocina.

-Mientras no traigas a tu novio…, vamos, no por nada, es que solo tengo dos sillas que merezcan ese nombre -y volvió a sonreír.

-Mi novio no distingue una hamburguesa de un tournedó y lo que es peor, tampoco un Valdepeñas de un Ribera, así que tranquilo, él está para lo que está -le soltó con naturalidad.

-Jajaja. Prefiero no saber para lo que está porque quiero dormir tranquilo esta noche. Sin pesadillas. Por cierto, ¿sabe donde vives? porque no he oído visitas en estos días excepto los ruidos del fin de semana, me imagino que relacionados con abrir cajas y llenar armarios.

-Todavía no, está fuera de Madrid. La verdad es que viaja mucho y solo algunas veces voy con él, pero no se te escapará cuando venga, es un «pavo» de casi dos metros. Pero no te asustes -volvió a sonreír-, es pacífico y nada celoso…, claro que más le vale.

-No quiero saber más, me encanta tu chico. ¿El viernes, sábado o domingo? Porque depende del día será cena o comida, y no es lo mismo, obviamente.

-Obviamente. ¿Empezamos con una comida el domingo? Me despierto tarde y no suelo salir de casa, así que solo tengo que andar un metro y estoy en la tuya. Eso sí, no quiero paella y vendré en plan de estar por casa, no esperes modelitos ni maquillaje.

-Vale, mientras no te molesten el smoking y las chanclas…, yo es que soy así de sencillo.

Ella le miró fijamente con expresión divertida durante unos segundos y le dijo en un tono de voz ligeramente más bajo y con cierto tono insinuante:

-OK. Pero no se te ocurra ponerte gafas de sol…

Y sin dejar de mirarle entró en su piso y cerró la puerta.

Mientras guardaba la compra en el frigorífico y los armarios de la cocina pensó que, para lo poco que habían hablado hasta ese momento, había aceptado muy rápidamente su invitación a comer, pero también se había dado bastante prisa en decirle que tenía novio.

Un comportamiento poco habitual, desde luego. Por un lado le parecía de una naturalidad poco común, pero claro, también podía simplemente intentar aprovechar su atractivo y el impacto que pudiera causar en un vecino mayor que, previsiblemente, podría manejar con facilidad marcando las distancias desde el principio. Sonrió para sí: «Me parece que ésta no sabe con quien ha dado». Decidió no darle más vueltas y esperar acontecimientos, al fin y al cabo, la cosa no pasaba de un par de conversaciones de escalera.

El viernes por la noche, a la vuelta de una sesión de cine con «final feliz» en casa de una de sus «amigas» de internet con quien había salido media docena de veces, pensó dejar una nota en su puerta para confirmar lo del domingo, pero inmediatamente se dió cuenta de que su novio podía estar con ella y no sería muy prudente. «Ni siquiera tengo su teléfono», recordó. «Bueno, no importa, si no sé nada antes, prepararé comida para dos y si no viene guardaré lo que sobre para otro día, tampoco me voy a complicar».

Pero al entrar en su casa y encender la luz, vió en el suelo una hoja de papel doblada, y al recogerla comprobó que llevaba escrito un número de teléfono acompañado de una frase: «Como de todo», con un dibujo a mano de algo parecido a un emoticón sonriente con servilleta al cuello y, dentro de un bocadillo de diálogo, «no soporto el whatsapp ni los emails». «Pues nada», se dijo, «te llamaré» y sujetó el mensaje con uno de los imanes del frigorífico.

El sábado comió en casa de su hijo y después fueron juntos al fútbol en moto para evitar aglomeraciones y atascos. Al terminar el partido, estuvieron tomando unas cervezas con el grupo de amigos con los que coincidían habitualmente en el estadio y después fueron a picar algo y tomar unas copas en el pub de uno de ellos, donde los fines de semana solía haber actuaciones en directo. Ese día tocaba un grupo de jazz relativamente conocido y el local estaba a rebosar, así que se acomodaron en la barra y disfrutaron del concierto entre las consabidas bromas de las que todos recibían su correspondiente ración. A él le vacilaban especialmente con el asunto de sus contactos de internet y pidiendo detalles de sus encuentros que siempre les negaba con una seriedad, por supuesto fingida, lo que daba lugar a más bromas y suposiciones sobre sus capacidades amatorias, «ya tienes una edad…», que él revestía de una «evidente» falsa modestia para seguir el juego.

Como se apoyaba con un brazo en la barra, no veía quien estaba a su espalda, por lo que su sorpresa no fue fingida cuando Lola apareció por detrás de él y sin mediar palabra le besó en la boca para, antes de que pudiera reaccionar, decirle:

-No llegues muy tarde cariño, recuerda que mañana tenemos cosas que hacer.

Después dedicó una insinuante sonrisa al corrillo de sus amigos, que se habían quedado tan mudos como él y desapareció junto con otras dos chicas entre la gente que todavía llenaba el local. Naturalmente, en cuanto se repusieron de la sorpresa, los demás empezaron a coserle a preguntas sobre quién era, como la había conocido, donde la tenía escondida y todo el habitual repertorio, además de los típicos y machistas comentarios sobre lo «buena» que estaba, si tenía más amigas…, en fin, lo que se puede esperar en un caso semejante.

Cuando por fin reaccionó, lo primero que hizo fue mirar a su hijo, que le observaba con una sonrisa cómplice, mientras levantaba los hombros en un gesto de «yo no he dicho nada». Después los dos soltaron una carcajada, que fue coreada por el resto del grupo.

-Por supuesto no pienso contaros nada, así que no me toquéis los cojones, Ya habéis oído que mañana tengo cosas que hacer.

Todos volvieron a reir entre ofrecimientos de condones, consejos, peticiones de teléfono de las amigas y ofertas de ayuda en caso de «necesidad». Tampoco faltaron las elucubraciones sobre las «cosas» que tenía que hacer al día siguiente, desde acompañarla a Ikea hasta presentarle a sus padres que, según algunos, serían más jóvenes que él o a su madre divorciada para la que estaría buscando «un apaño».

Cuando por fin salieron, tuvo que soportar estoicamente una salva de aplausos mientras subía al taxi ante las miradas extrañadas de los que abandonaban el local y la gente que pasaba por la calle.

Al llegar a casa, antes de entrar en su apartamento, vio que salía luz por debajo de la puerta de ella y escuchó una música suave, con un volumen apagado pero reconocible, era bossa brasileña, en concreto sonaba La chica de Ipanema cantada por una mujer, aunque no pudo reconocer a la intérprete. Le sorprendió casi tanto como su súbita aparición en el pub, desde luego no daba la imagen de alguien a quien le gustara ese tipo de música de la que él era un fan absoluto. Por un momento estuvo a punto de llamar a la puerta, pero una vez más le pudo la prudencia, al fin y al cabo no sabía si estaba sola. Así que, nuevamente sorprendido por aquella mujer que había aparecido en su vida de una forma tan explosiva, abrió la puerta de su casa y entró.

Le costó dormir.

 

 

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