Viaje a ninguna parte.

Pues eso es de alguna manera lo que nos ha pasado, que nuestro proyecto de visitar La Gran Sabana se ha visto truncado antes de empezar. Los inicios no fueron muy prometedores, al intentar salir de San Félix, la carretera estaba cortada por una protesta ciudadana contra las dificultades en el suministro de gas, un problema generalizado en todo el país. Naturalmente, tuvimos que dar una vuelta enorme, en la que nos perdimos varias veces, para poder sortear la barrera, ya que la policía no intenta disolver estos bloqueos y se limita a vigilar que no ocurran incidentes.

Como es una zona bastante desconocida, os voy a dejar algunos datos para que entendáis mi interés en conocer este territorio a pesar de las dificultades que sabíamos que nos íbamos a encontrar. La Gran Sabana es una región del sureste de Venezuela que llega hasta la frontera con Brasil y Guyana. Ofrece paisajes espectaculares y difíciles de ver juntos en un territorio relativamente tan pequeño, cuenta con ríos, cascadas y quebradas, valles profundos y extensos, selvas impenetrables, y sabanas con una variedad espectacular de flora y fauna. Sus riquezas naturales dieron origen a la leyenda de El Dorado, que llamó y sigue llamando la atención de aventureros, exploradores y colonizadores en busca de oro, piedras preciosas y otros productos valiosos. Cuenta con la formación geológica más antigua de la Tierra, el Escudo Guayanés, pero mayoritariamente es un relieve ligeramente ondulado aunque con sorpresas, entre El Dorado (sí, hay un pueblo con ese nombre) y la frontera con Brasil, hay un tramo en el que se pasa de los 200 metros de altitud a los 1.500 en menos de 30 kilómetros. Es un lugar llamado La Escalera. Estas fotos no son de La Gran Sabana pero es lo más cerca que he estado.

Bueno, pues siguiendo con el viaje, después de un recorrido por terrenos ultrallanos, rectas enormes y los consabidos baches y «policías acostados», llegamos al primer punto de nuestro previsto recorrido, El Callao, un pueblo relativamente pequeño. Es difícil trasmitir la sensación que nos produjo el lugar, con tráfico infernal, decenas de policías por las calles, los mineros con las botas, la ropa y el cuerpo llenos de barro…, y los cientos de pequeños chiringuitos anunciando la compra de oro. Nada de locales lujosos, con puertas de seguridad y cajas fuertes, barracones de madera y tejados de lata, sin puertas y a la vista de todo el mundo. Sí, queridos, tal como en el Oeste pero sin pistolas, al menos a la vista, porque nos contaron que las armas no faltan precisamente en la zona. Todo esto acompañado de un ruido infernal, las motos en bandadas y, claro, las putas, unas putas jovencísimas y preciosas que se mueven como las golondrinas buscando la comida, donde la encuentran se quedan. La impresión fue fuerte, pero más aún cuando empezamos a buscar alojamiento: solo admitían efectivo. Cómo ya he contado, el efectivo es uno de los grandes problemas en Venezuela y nosotros llevábamos algo para gasolina o comida porque ya esperábamos dificultades para pagar esas cosas con tarjeta o trasferencias. Pero para pagar hoteles y restaurantes no íbamos preparados. Por fin, encontramos un hotel, con mucha mejor pinta por fuera que por dentro, que nos admitió el pago por trasferencia pero eso sí, al doble de precio. ¿Y por qué no compramos efectivo? Porque te cuesta el triple, es decir, que para que te den un millón de bolívares, tienes que trasferirles tres. Así de fácil. Es un territorio dominado por las mafias de los mineros, donde todo el mundo, por supuesto la policía, está pringado y que se mueve completamente al margen de la Ley y del control del Gobierno. Un territorio independiente con sus propias normas. Eso sí, en contrapartida no hay un lugar más seguro para andar por la calle a cualquier hora, para exhibir el móvil de último modelo o para aparcar el coche donde quieras. Las mafias controlan y el que se atreve a cometer un robo o atacar a alguien ya puede atenerse a las consecuencias. No se acepta que nadie ponga en riesgo el negocio. Tal cual.

Ya sé que en las fotos no se acaba de ver todo lo que os he contado, pero la verdad es que cuando estuve en condiciones de hacer fotos, el ambiente se había relajado enormemente. Como curiosidad os cuento que la primera foto es de una cabaña de mineros donde duermen para no tener que bajar al pueblo, que a la salida se pasa por el río Yuruari, donde trabajan muchos de ellos, o sea, como si pasaras por encima de una joyería, y que a la entrada, el monumento que se ve es un monumento al calypso, que tiene poco de venezolano, aunque Trinidad está muy cerca, pero que es un ritmo afroamericano de una fuerza indiscutible, de ahí las dos negras bailarinas. Y poco más, como no queríamos rendirnos llegamos al pueblo siguiente, Guasipati, donde nos encontramos la misma situación y nos confirmaron que más adelante era incluso peor. Pasamos la mañana haciendo llamadas a hoteles de la ruta y a algunas personas conocidas de Aura en la zona, pero no hubo solución. Tuvimos que volvernos, así que otra vez será. Pero la experiencia fue muy fuerte. Os dejo un enlace a una noticia relacionada con un pueblo de la zona por si tenéis curiosidad.

http://correodelcaroni.com/index.php/mas/ambiente/item/49630-las-cristinas-el-controvertido-enclave-del-arco-minero-del-orinoco

 

 

 



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SOBRE MI

Nací en 1953 en Carabanchel, recién incorporado al municipio de Madrid como un barrio periférico de obreros e inmigrantes, no muy distinto de lo que es ahora. Siempre me ha gustado la vida de barrio y me he identificado con él, yo que repudio fronteras, banderas e himnos más o menos por igual. Pero en el fondo sigo siendo aquel chaval al que los vecinos y las vecinas conocían como «el chico de la Antonia». Por muchos años…, sin exagerar.

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