No sabía si contarlo porque es de traca, pero bueno, ahí va. Como nunca puedo hacer las cosas de una forma fácil, no se me ocurrió otra cosa que encargar la mudanza de mi casa, el envío al guardamuebles de todas mis cosas, para el mismo día de comienzo del viaje. Pasé la tarde en casa de mi hijo, con Martín y Carmen, que me llevaron al aeropuerto con tiempo más que suficiente. Cuando iba a facturar, al buscar el pasaporte me di cuenta de que no lo tenía, pero como tampoco estoy demasiado p’allá todavía, recordé exactamente dónde estaba.
Os lo estáis imaginando, claro. Pues sí, en el guardamuebles, dentro del escáner donde lo puse el día anterior para hacer una copia en papel y no tener que llevarlo siempre encima, o sea, por seguridad??? Después de un intento infructuoso de hacer un duplicado en la Policía (si te pasa esto antes de las nueve de la noche no hay problema pero si te pasa después, ajo y agua), recurrí a lo único que podía, llamar al guardamuebles y ofrecerles lo que fuera para que me trajeran el pasaporte porque, a todo esto, como el vuelo era barato, si quieres cambiarlo tienes que hacerlo tres horas antes y además no sólo pierdes la ida sino también la vuelta. La alternativa era volar al día siguiente por 1.400€ de nada. Teniendo en cuenta que he pagado poco más de quinientos, la cosa estaba clara.
Contacté con el encargado de la mudanza y le ofrecí pagarle gasolina y lo que fuera si llegaba a tiempo, sin muchas esperanzas, la verdad. Menos mal que en ese momento me llamó David que volvía de Alemania y habíamos quedado en vernos un momento antes de que yo saliera. Cuando le conté lo que pasaba, me dijo que él iba a Fuenlabrada porque era mejor que fiarse de que los de la mudanza se fueran a dar prisa. En fin, tras varias peripecias y yo a punto del infarto, llegó David, corrí todo lo que pude, sin facturar, hasta el avión y conseguí llegar a tiempo de embarcar, sudando como un pollo y totalmente de los nervios. Cómo sería que una de las azafatas, la pobre, estuvo pendiente de mí hasta que me dormí. También es cierto que, no sé si por todo el lío o porque me duermo en una pelea, cerré los ojos nada más «cenar» y los abrí cuando nos traían el desayuno.
Bien está lo que bien acaba y, como dice David, no hay que perder nunca la fe, pero esta vez he estado muy, muy cerca de pifiarla a base de bien. Pero bueno aquí estoy, en Argentina, esperando a que me recojan frente al ventanal del tío Mac en Eceiza.
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