No os preocupéis que no os voy a estar contando lo que he hecho cada día, no sé si saldrán más entradas o menos pero no es mi idea, aunque pueda coincidir alguna vez.
Llegué a la ciudad más austral del mundo, Ushuaia, después de un viaje tranquilo con algún ajetreo al final. Había visto vídeos de aviones aterrizando en su aeropuerto de través, con las ruedas cruzadas por culpa del viento, pero no fué el caso. Es verdad que hay un pueblo chileno más al sur, justo al otro lado del canal de Beagle, Puerto Williams, pero no se le considera generalmente porque es muy pequeño y poco más que un destacamento militar. Eso sí, si pretendes llegar cuesta un Congo, cosa que me terminó de quitar la idea de visitarlo.
La primera impresión es apabullante, el canal, las montañas de alrededor con glaciares permanentes, el viento, la apariencia de pueblo del Oeste de cuando la fiebre del oro, todo hace que resulte bastante impactante.
Me llama mucho la atención que los chilenos no hayan montado nada de tipo turístico en las islas de enfrente, son decenas, con unas montañas de nieves permanentes espectaculares, y contribuyen muchísimo a la sensación de que estás en una tierra límite.
Ushuaia es completamente diferente al resto de Tierra del Fuego, mucho más en línea con el paisaje de los canales patagónicos chilenos. Tiene un par de calles comerciales, especialmente la calle del general San Martín, el Libertador argentino, donde puede verse incluso bailar el tango, pero en general da la impresión de una ciudad de aluvión, lo que además es cierto.
Ha tenido un crecimiento muy descontrolado, motivado por el hecho de unas operaciones parece que no demasiado claras de los Kirchner favoreciendo la instalación de empresas en la zona a base de bajar impuestos notablemente. Luego, el fenómeno turístico, indudable, parece que ha sido más un proceso de boca oreja que algo realmente planificado. Lo cierto es que no faltan atractivos.
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