Anécdotas (y 4)

Seguro que me dejo muchas cosas sin comentar pero alguna vez hay que dar por terminados los proyectos. Después del viaje he cambiado de casa, me he ido a vivir a la sierra, a unos sesenta kilómetros de Madrid, me he comprado un coche y he cumplido los sesenta y tres… Y ya estoy pensando en el próximo.

La familia de Toni Bazán

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En Harina de otro Costal se cuenta una tremenda historia, tan tremenda que resulta difícil de creer. Se trata del intento de fuga del Moscú estalinista por parte de Pedro Cepeda, niño de la guerra, dentro de un baúl propiedad del diplomático argentino Toni Bazán. Como saben todos los que han leído el libro, la experiencia se frustró y Pedro fue condenado a veinte años de trabajo en el GULAG y Toni expulsado de la URSS. Pedro falleció hace ya muchos años pero Toni vivió hasta hace menos de dos en Córdoba, donde residen sus dos hijas y la mayoría de sus nietos. Hace poco más de un año, una nieta de Toni, Soledad, encontró el libro en internet, vio que hablaba de su abuelo y se puso en contacto con la autora, Ana, la hija de Pedro. Desde entonces han mantenido un contacto que ha servido para que Ana supiera cosas que no conocía de su padre, como que consiguió localizar a Toni en Córdoba al cabo de los años y que, incluso, los dos llegaron a verse una vez. La cuestión es que cuando le comenté que iba a empezar este viaje, Ana me pidió que llevara a la familia algún ejemplar del libro, lo que hice con mucho gusto, claro. Cuando llegué a Córdoba, me puse en contacto con ellos, que me recibieron como si fuera de la familia. Pude conocer a las dos hijas de Toni y a algunos de los nietos, me invitaron a cenar una noche en cada una de las casas y tuvimos buenos ratos de conversación. A ellos les había alegrado mucho que aquella historia que contaba el abuelo, y que ellos no acababan de creer o al menos pensaban que podía ser un poco exagerada, les llegara desde el otro lado del Océano exactamente en la forma en que él se la repetía. Toni debió ser todo un personaje, por las cosas que me contaron sobre él. Me enseñaron una foto tomada pocos meses antes de su muerte y es la imagen de todo un caballero «de los de antes», con sombrero y elegantísimo. Me recordó a una famosa de Antonio Machado también hecha poco antes de morir. Lo que puedo asegurar es que su éxito como padre y cómo abuelo es indudable. Su familia es encantadora, muy amables, muy educados, con un enorme sentido de la hospitalidad y con un profundo amor por ese abuelo aventurero y brillante que se atrevió, poniendo en juego su propia vida, a intentar ayudar a un españolito al que conocía de pocos meses atrás, simplemente llevado por ese sentido tan de aquella época y hoy fatalmente olvidado de que «hay que hacer las cosas que hay que hacer», y punto. ¿Verdad papá?

Ginés, el taxista español de Foz de Iguaçu

TAXISTALástima que fuera el último día de estancia en ese maravilloso lugar, creo que me perdí, por no saberlo antes, haber pasado muy buenos ratos con uno de esos «españoles por el mundo» que tan buena imagen van dando de nosotros por donde pasan, hasta el punto de que me he sentido sorprendido en más de una ocasión por ello. También los hay de los otros, claro, pero ahora hablamos de Ginés. Cuando le pedí a la encargada del hostel donde estuve alojado, Graciela, otra persona encantadora, que pidiera un taxi para llevarme al aeropuerto, me preguntó si quería que llamara «al español», un taxista al que solían avisar. Naturalmente le dije que sí y al poco rato apareció Ginés en la puerta. Tiene unos cincuenta años, es de un pueblo de León, casi rayando con Galicia, más o menos como una de mis abuelas, y lleva un montón de años en Brasil, bastantes de ellos en Iguaçu. Alguno os preguntareis por qué traigo a esta persona aquí si realmente no tuve más contacto con él que la media hora, más o menos, de charla hasta el aeropuerto. Pues porque me causó una gran impresión. Me contó que había salido de España en la época de la reconversión iniciada por el gobierno de González, que tanto afectó a esa zona y que, esto lo digo yo, nunca solucionó el problema, y en ningún momento se ha planteado volver. Me dijo pensar que las personas son de donde se ganan el pan y que cuando llegas a un país distinto del tuyo, con otro entorno, lo peor es pretender reproducir en el lugar lo que era tu vida anterior. Me comentó que conocía muchos españoles cuyo principal problema era ese, la negativa a aceptar la vida en otro país como realmente es y no como uno piensa que era su vida en España, «y digo como piensa que era porque es obvio que se tiende a idealizar», más o menos palabras textuales. Pero más que lo que me dijo me llamó la atención la forma y, sobre todo, su actitud. Ya sé que puede parecer una idiotez, pero realmente me pareció un hombre feliz. Si alguno va por allí, lo cual recomiendo absolutamente, y se aloja en el lado brasileño, lo que recomiendo si eres amante de la tranquilidad sin que te falte de nada, aquí tenéis su tarjeta. Estoy seguro de que no os arrepentiréis. Yo siento que a Graciela solo se le ocurriera hablarme de él el último día.

Una cena en Punta del Este

imageCreo que ya he comentado la excelente impresión que me ha causado Rosario, mi anfitriona en La Barra (Uruguay), a pocos kilómetros de Punta del Este, así que no voy a insistir. Pero sí quiero contar una anécdota que adelanté en la entrada referida a mi estancia allí. La cuestión es que Rosario me había dicho que la última noche de mi estancia no podría estar conmigo porque tenía una cena en casa de unos tíos suyos en Punta del Este para hablar de proyectos de vacaciones para «su invierno», que posiblemente incluyan España como lugar de visita. Cuando volví de mi caminata por la costa y de comer una ensalada César espectacular acompañada de un enorme batido con menta, Rosario estaba en la casa, lo que me sorprendió porque era horario de trabajo en su hotel. Me dijo que había venido para avisarme de que había hablado con su tía para decírle que no se sentía cómoda dejándome solo en la casa esa noche y que si podía invitarme a la cena. La tía había dicho que sí y venía a contármelo y a quedar en la estación de buses de Punta del Este porque no tenía tiempo de pasar a recogerme por la casa al terminar el trabajo. Así que, con tiempo, compré una botella de Malbec y agarré el bus para Punta. Cuando llegamos al piso, en primera línea de playa, enorme y con unas vistas espectaculares, además de los tíos había una amiga de ellos, agente inmobiliario, viajera impenitente, y en la brecha con más de setenta años bien llevados. Los tíos de Rosario, dos personas muy amables, también aficionados a viajar, buenos conocedores de España y de toda Europa, porteños y, evidentemente, personas con un muy buen nivel de vida. La cena fue excelente y la conversación muy interesante. De hablar de viajes pasamos a la política, como no, y de esta a la corrupción, principal tema de actualidad en estos momentos en Argentina. Hablaron también de la época de Pepe Mujica al frente del país, muy bien por cierto, a pesar de estar en opciones políticas muy distintas y mucho sobre mi próxima, entonces, visita a Buenos Aires. Tanto Rosario como su tía me ofrecieron contactar a dos amigas suyas en la ciudad para que me orientaran sobre mi estancia, lo cual hicieron con un estupendo resultado como contaré más adelante. A esas alturas ya no debería sorprenderme, pero cuando volvía con Rosario en el coche no dejaba de pensar en qué hemos hecho los españoles, no digo ya los europeos, para perder ese sentido de la hospitalidad que tantas veces y de formas tan distintas me he encontrado en estos meses.

The answer, my friend, is blowin’ in the wind

El cine Gaumont

P1070481Solo una pequeña mención a un lugar donde he pasado unas cuantas horas de mi estancia en Buenos Aires. El cine Gaumont juega más o menos el mismo papel que el cine Doré en Madrid, es la sede de «su» Filmoteca, el INCAA, Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales. Con un par de diferencias muy claras, supongo que alguna más, que allí solo emiten cine latinoamericano, gran parte coproducciones con España, y que también estrenan al mismo tiempo que lo hacen en los cines comerciales. De hecho he visto allí el último estreno protagonizado por Ricardo Darín, presentado al mismo tiempo a lo grande en las pantallas de todo el país. Pero claro, a ocho pesos la entrada, menos de cincuenta céntimos de euro. Advierto ya que no es el precio habitual de los cines en Argentina, muy parecido al nuestro al cambio aunque, a pesar de ello, mucho más concurridos. Lo mismo ocurre, dicho sea de paso, con los libros, no se entiende un consumo de libros tan alto a unos precios similares a los españoles cuando no superiores. Es verdad que las librerías de segunda mano son abundantes en la ciudad. Pero volviendo al cine Gaumont, está situado en el centro, en la Plaza del Congreso, y es una de las sedes del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, con el que también he coincidido en mi estancia allá. Con ese precio, os imaginaréis que las colas para conseguir entradas son como «las de antes», pero los porteños lo llevan con mucha tranquilidad, supongo que conscientes de la ventaja que supone esa política de difusión del cine.

El Faro y los tangos

imgresDebo a Silvia Tucco, luego hablaré de ella, una de las experiencias más impactantes de mi estancia en Buenos Aires: una noche en El Faro escuchando tangos. No voy a explicar lo que es este lugar porque ellos lo explican muy bien en su página web y estoy totalmente de acuerdo con la explicación, así que me he limitado a copiarla aquí. Si diré que tuvimos ocasión de escuchar al «Chino» Laborde acompañado por el maestro Dipi. Si alguno sois aficionados buscad al «Chino» y los encontraréis a los dos. Solo puedo decir que es lo más parecido que podáis pensar a uno de esos garitos de flamenco donde se escucha el flamenco de verdad. También escuchamos al «Pelado Cucuza», el alma mater de este lugar y a un bandoneonista fantástico del que lamento no recordar el nombre. De verdad, no tengo palabras.

El tango vuelve a tamaño

El Faro se revoluciona con una multitud de gente del barrio. Todos están felices, exultantes, esperando al cantor del barrio, Cucuza Castiello, con múltiples invitados de primer nivel. Corren las pizzas, las empanadas, el vino y los tangazos, todos cantan, los cantores y los espectadores, y nunca, nunca es posible saber cuando termina. Para los amantes del Tango auténtico, este es un evento único en la Ciudad de Buenos Aires. Aunque "el Tango es un sentimiento triste que se baila", aquí en El Faro, el Tango es una fiesta de la gente.

Hernán "Cucuza" Castiello, 

hernan castiello en el ciclo el tango vuelve al barrio el faro villa urquiza buenos airesEs el nene de seis años que canta en la peña tanguera “Luna de Buenos Aires” y el mismo que a los doce ya es federado de fútbol. Tango-fútbol-tango, esa es su vida de barrio de toda la vida y si colgó los botines profesionales, los sigue usando para cantar, y no es metáfora. Cantó con todos, y se volvió letras de tango que ganaron premios. "La mano de Dios" le llegó en cuando ganó como compositor su Tango “Tibieza”, el Primer Premio como mejor Tango-Canción del Certamen Hugo del Carril 2005  y volvió a acariciarlo cuando gano en 2006 el mismo Certamen, esta vez como cantor. Y ahí estaba el pelado Cucuza, cantando con la Orquesta de Tango de la Ciudad de Buenos Aires, nada menos que en la Calle Corrientes. Su mamá lo abrazó emocionada y lo besó como tantas otras veces, justo antes de empezar la función en El Faro. Y ahí va Cucuza, ese que salió publicado en el diario La Nación con su propuesta de "El TANGO vuelve al Barrio...!!!" , mirá vos che, sigue saludando a los vecinos y amigos, como si no fuera nada. Amigos tangueros, por doquier, todos quieren tocar con él, cantar en sus funciones, sean en El Faro, en otro café o club de barrio.
 Silvia, Loli, Cata y Barbi

Son cuatro mujeres que tienen algo en común: sin conocerme de nada se han portado maravillosamente conmigo y su apoyo he hecho mi estancia en Buenos Aires mucho más agradable. Es cierto que no he tenido el mismo nivel de trato con las cuatro, pero en definitiva la base ha sido la misma, por eso las englobo en un comentario a todas, en el que cierra esta «crónica» de mi viaje. Aunque hablaré de cada una de ellas por separado, obviamente.

Loli es nieta de Toni Bazán, de quien hablo en esta misma entrada, pero no pude conocerla en Córdoba porque vive en Buenos Aires. Tiene un marido encantador y una hija preciosa y aunque nos vimos poco porque se dieron algunas circunstancias que lo complicaron y que no vienen al caso, ella me llamó en mis primeros días de estancia ofreciéndose para cualquier orientación que necesitara en la ciudad e invitándome a su casa en cuanto fuera posible. Al final pudimos conocernos, estuve cenando con ellos y quedamos en vernos en cuanto vengan por España que será no tardando mucho. Ya habíamos hablado telefónicamente pero no conocía a su marido, con quien tuve una muy interesante charla sobre temas políticos y sociales, desde un enfoque diferente al habitual, probablemente influido por su experiencia laboral y sus visitas a otros países. Por cierto, viven en un sitio que me gusta mucho, en Recoleta.

Cata es amiga de Rosario, mi anfitriona en Uruguay, que la llamó para decirle cuándo llegaba a la ciudad y que se pusiera en contacto conmigo, lo que hizo en cuanto pudo, ya que su situación era un poco complicada por el trabajo y la familia. Yo no sabía que Rosario se había puesto en contacto con ella, por eso me sorprendió su mensaje, aunque cuando hablamos me explicó todo. Son amigas desde la infancia y las dos han tenido una vida similar y han vivido en las mismas zonas más o menos. También han tenido circunstancias de vida parecidas, son dos luchadoras que han superado situaciones personales complicadas y conseguido tomar las riendas de su propia vida, lo que no les han puesto fácil. Solo nos vimos un día, un sábado lluvioso, pero el encuentro dio para mucho. Charlamos, paseamos, cenamos, me llevó a lugares que no conocía de B.A. y hasta tuvimos tiempo de perdernos por esa enorme ciudad. A Cata le gusta escribir y está asistiendo a una de esas escuelas de escritores que proliferan allí y que están empezando a hacerlo también aquí. No conseguí que me dejara leer ninguno de sus cuentos, y menos cuando le conté que tenía una Editorial en España, pero espero leerlos algún día.

Barbi, o Barbarela o Bárbara, es la única de las cuatro con quien tenía alguna relación antes de viajar a Argentina. Desde luego no nos conocíamos, pero sí éramos «amigos» en Facebook y ella me había mandado, de vez en cuanto, algún relato corto que me había gustado mucho, relatos que demuestran la enorme personalidad y el talento de esta mujer que pude comprobar cuando la conocí personalmente. Barbi es una persona entre un millón, solo lamento que no vivamos más cerca para poder acudir de vez en cuando a esas fabulosas reuniones en su increíble casa en las que junta a todo tipo de personas, todas amigas suyas, y que componen un conjunto difícil de encontrar. Nos hemos bebido alguna botella de vino comentando sus escritos…, y también los míos, porque tengo que decir que su talento crítico no tiene nada que envidiar al que tiene como escritora. Aplica a su vida el mismo criterio de locura, de bohemia, de imaginación y de humor, ojo, para nada exenta de sentido social, que transmite a través de lo que escribe. Y además es un «pedazo» de morocha de impresión, no es una mujer joven de edad, pero es de las que te hacen entender porque tantos jovencitos tienen «obsesión» por las mujeres maduras. Espero mantener su amistad mucho tiempo, aunque solo sea, como ella dice, para criticarnos fieramente lo que escribimos. Pero si hay suerte, volveremos a vernos y podré disfrutar alguna vez más de su compañía, de su charla…, y de su cocina. Hasta eso. Aquí tenéis una muestra de su talento:

CONCIERTO DE TRANSPARENCIAS

Los niños juegan en la vereda y me asomo a la ventana para verlos, como siempre. Pero hoy algo distinto surge. Abro bien los ojos, agudizo los oídos, un sacudón agradable me pone al borde del más allá y todo deviene música. Las madres dejan de serlo y se tornan sonidos. Los muchachitos ya no gritan y silban en melodía; los ladridos suenan en percusión y el maullido es una flauta que también es mágica. Veo cada figura como sentimiento e intención en una obra que me trastoca a pesar de mí, sin resistirme. El sol del otoño atraviesa el vidrio y es el alegro del primer movimiento, el viento que todo lo arremolina es la densa atmósfera del segundo. La voz fuerte de la mujer que cruza frente a mí me saca del soslayo que ya escucho interpretado; aquel auto es el primer cello de la orquesta y en el desfile de manifestantes en rumbo hacia alguna plaza arremeten los fagots. El crujido que imagino de las hojas pisadas por un hombre y su bastón son castañuelas que anuncian truenos sin ser lluvia, tras las cuales entra un piano celebrado por bebés que en los brazos de sus madres bailan ante el trinar de los pájaros devenidos en el concertino de los tres violines. Cada color, los pasteles, los intensos, armonizan un contraste de armonías entre lo que hay detrás de la ventana y lo inscripto en el pentagrama. Ahora sí llueve y el golpeteo de las pequeñas gotas sobre los cristales da el tono a un clarinete, mientras que las gruesas que veo en el pavimento ejecutan platillos en toques delicados. Las horas pasan y yo musicalizo lo que miro, tarareo los objetos, cada persona es un tono y me pierdo en un opus sin número. Imposible detenerme ante esta mirada escuchada que me hace dudar si soy en este viaje de concierto y transparencias.

Y Silvia. No es fácil hablar de Silvia. Para empezar es como un cliché de chiste malo sobre argentinos, es psicoanalista y poetisa. Y con mucho éxito en las dos facetas. Es la amiga a quien la tía de Rosario escribió para decirle que había un español, editor y aficionado al tango que llegaba a B.A. a pasar casi un mes y a quien le gustaría que «atendiera». Silvia es dulce, brillante y con un gran sentido del humor, entre otras cosas. También es una persona paciente y valiente, aunque de apariencia frágil. Tengo la sensación de no haberla conocido en su mejor momento, recuperándose todavía de una separación, pero si es así, no sé donde puede llegar en sus momentos buenos. Acaba de publicar, de hecho salió estando yo allá, su tercer libro de poemas. Yo no soy experto en poesía, ni en nada, pero la suya me parece etérea, elegante y, al mismo tiempo, cercana. Fue ella la que se puso en contacto conmigo, al recibir el mensaje de su amiga, y es quien más me ha ayudado a que mi estancia en la ciudad haya sido tan especial. Sus ideas, sus consejos y los lugares que me ha llevado a conocer, en especial El Faro, del que hablo más arriba, han sido un lujo para mi. Pero sobre todo su trato, su conversación, su confianza y su disposición a ayudarme y facilitarme la estancia, seguramente no podré corresponderlos nunca debidamente. Es un placer ser su amigo, porque eso es lo que me considero. La cena de mi última noche en Buenos Aires no podré olvidarla nunca. Y lo mejor es que no tiene que ver con lo que ocurrió realmente, más o menos convencional, por otra parte, sino por el clima de confianza que Silvia consigue crear a su alrededor con ese impagable y sutil sentido del humor que muestra y con su cercanía, su conversación y su maravilloso, ¡ay!, acento porteño. No me resisto a recoger aquí uno de sus poemas dedicado a Lalia, una niña saharahui:

Campo de refugiados


nacieron en el borde

y los granos de sol

habían sido ya repartidos

las madres los ocultan

bajo sus túnicas marchitas

si acaso por la noche

la tormenta de arena

los arroja a las fosas

antes de tiempo

son miles

a nadie sorprende

que sean miles

ojos inertes de mirar

donde no alcanzan


¿a qué casa volver

si nada regresa?


¿cuándo empieza el mar?

Tchau, tchau…



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SOBRE MI

Nací en 1953 en Carabanchel, recién incorporado al municipio de Madrid como un barrio periférico de obreros e inmigrantes, no muy distinto de lo que es ahora. Siempre me ha gustado la vida de barrio y me he identificado con él, yo que repudio fronteras, banderas e himnos más o menos por igual. Pero en el fondo sigo siendo aquel chaval al que los vecinos y las vecinas conocían como «el chico de la Antonia». Por muchos años…, sin exagerar.

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