Tal vez lo peor de morirse es no enterarse de cómo continúa la historia, como si al nacer se nos entregara una novela inacabada.
(Javier Marías)
El edificio era antiguo, no demasiado, quizás poco más de cien años. Tenía una puerta grande de doble hoja, de al menos un par de metros de ancho y el doble de alto cada una, calculaba. La entrada estaba en una pequeña plaza donde se situaba un árbol grande, seco, con una gran copa, ancha y redonda pero sin una sola hoja. Lo llamativo era que no daba la sensación de haberlas tenido en bastante tiempo. No podía ver mucho más, la niebla ocultaba el resto del edificio e incluso parte de la plazoleta. No sabía que le había llevado hasta allí, pero sintió el impulso de entrar en aquel lugar que daba la sensación de abandonado. Empujó el portón, que se abrió emitiendo un suave crujido. Una vez dentro le envolvió una oscuridad ligeramente velada por la luz que provenía del fondo de un pasillo. Un hombre se acercaba sonriendo hacia él con los brazos extendidos. Se abrazaron largamente, como hacen dos amigos después de mucho tiempo sin verse. Pensó de sí mismo que estaba muy tranquilo, teniendo en cuenta las circunstancias. El hombre se agarró de su brazo mientras le dirigía hacia el otro lado del pasillo:
-Vamos, tienes que contarme muchas cosas, ¡aquí no nos enteramos de nada! -le dijo su padre sonriendo.
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