Efectivamente, el 23 de julio de 1975 nació mi hijo. Yo siempre he dicho que justo para empezar a vivir cuando se acababa la vergonzosa dictadura a la que estuvimos sometidos precisamente durante 40 años.
Recuerdo que pocos meses más tarde, un año quizás, pude ver una película de Alain Tanner titulada «Jonás que cumplirá 25 años en el año 2000», una película muy significativa para la época y en la que encontré muchas cosas comunes con mi propia vida.
Pilar y yo nos habíamos casado, ante el asombro de todo el mundo cuando comprobaron que no estaba embarazada y la oposición inicial de la familia, el día 6 de abril del año anterior.
Cuando mi hijo nació yo era un crío de 22 años que estaba haciendo la «mili» en ese momento, por lo que no pudieron avisarme a tiempo y llegué a la clínica, dondesolo estaba la madre de Pilar, pocos minutos antes de que una enfermera muy amable entrara a la habitación para comunicarnos que había nacido un niño, sin nombre todavía, y que tanto la madre como el bebé se encontraban muy bien.
A los pocos minutos, efectivamente, los subieron a los dos, ella aún muy dormida por la anestesia y al pequeño en su cesto, boca abajo, como estaba de moda en aquella época. Después de besar a mi mujer, que me pareció más guapa que nunca, recordé algo que contaba mi madre sobre mi propio nacimiento y le quité al niño el pañal para comprobar que el ombligo estaba bien y no sangraba ni tenía ningún problema.
Al poco tiempo, con una voz que demostraba que aún no estaba despierta del todo, ella dijo: «Se llama David». Me hizo gracia, porque aunque era uno de los nombres que habíamos barajado no teníamos tomada una decisión, pero sobre todo por la seguridad con que lo dijo teniendo en cuenta su estado.
Cuando se recuperó un poco me lo explicó. Parece que estando todavía en la sala de recuperación, oyó entre sueños llorar al niño y le salió espontáneamente: «Cállate David». Es una frase que repetiría, mejor dicho, repetiríamos muchas veces durante su infancia, por cierto. Solo su hijo es más charlatán que él.
A mí me parecía el recién nacido más guapo que había visto nunca, si salvamos a la niña mayor de una compañera de trabajo de Pilar que era una auténtica preciosidad incluso de recién nacida.
Tengo muchos recuerdos de ese día, lógicamente, la llegada de mis padres, con mi madre volviendo a realizar la operación de quitarle el pañal y la emoción de mi padre, poco dado a esos «excesos» y que tanto me emocionó a mí. La de mi hermana, tíos, amigos…, hay que tener en cuenta que fue el primer y único niño en nuestro entorno más cercano durante bastante tiempo.
Pero lo más llamativo ocurrió cuando apareció mi padrino, el mejor amigo de mi padre durante toda su vida, con mi madrina y una de sus hijas, la pequeña, que estaba embarazadísima de su segundo, una niña que nació pocos días después.
El caso es que debieron hacer más ruido de lo normal, o que ya había demasiada gente en la habitación, no lo sé, la cuestión es que mi hijo, según estaba boca abajo, levantó la cabeza y, con unos ojos completamente abiertos, impropios de un bebé tan pequeño, se puso a mirar alrededor como respondiendo a la expectación. Todos nos sorprendimos de la reacción y recuerdo que mi padrino comentó: «Este niño va a ser muy inteligente». No cabe duda de que acertó.
Acabo de hablar con él, con mi hijo, está en Dinamarca con su mujer y con mi nieto Martín, de tres años y medio al que van a llevar hoy a Legoland, con lo que supongo que va a disfrutar muchísimo el día del cumpleaños de su padre…, y su padre viéndole disfrutar. Yo, para matar la saudade me acercaré esta tarde a regar las plantas de su casa. No es lo mismo, pero quizás incluso compre una pequeña tarta y hasta sople por él algunas velas.
Te quiero hijo.
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