A partir de ahora nos movemos en otro tipo de clima y de paisaje. Las llanuras con mínimas ondulaciones se mantienen, pero ahora muy verdes y con árboles que, sobre todo, enmarcan los campos y los límites de las estancias. Cultivos de maíz, soja y girasol, se suceden entre los prados donde campan a sus anchas vacas y caballos rodeados siempre de las sempiternas garzas. Aunque entiendo poco de este asunto, supongo que se debe al cambio de clima, mucho más húmedo y cálido que en la zona más central que he recorrido hasta ahora. En ambas ciudades estamos al borde del Paraná, uno de los enormes ríos que se juntan para formar el Río de la Plata poco antes de que las aguas lleguen a las inmediaciones de Buenos Aires. En Rosario, la costanera discurre por la orilla del río mientras que en Santa Fe lo hace junto a la laguna Setúbal, muy cerca de la casa en que me he alojado.
Rosario es una ciudad grande, compite con Córdoba por ser la segunda ciudad de Argentina, y muy moderna, siempre teniendo en cuenta lo relativo de esta expresión aquí. Se pueden ver nuevas construcciones aprovechando los viejos almacenes del río como se puedan ver en Londres, en Lisboa o en muchos sitios de Europa pero, si te das la vuelta, probablemente al otro lado de la calle el tercer mundo se imponga por encima de cualquier otra visión. Dentro de la versión argentina de lo que supone el tercermundismo, claro, que tiene poco que ver con otros lugares.
El trayecto de Rosario a Santa Fe es corto para lo que se maneja por estos lares, poco más de dos horas en bus directo por la autopista, toda una novedad para mí. La casa es en dos plantas, con jardín y piscina, muy bonita, aunque mejorable en cuanto a mobiliario, para mi gusto. Los dueños están en Colombia, al parecer perdidos en una playa sin comunicaciones, y me ha recibido el hijo mayor, otro Martín, un chico muy majo que me ha dejado la casa para mí porque él me parece que piensa aparecer poco. También está la clásica señora de toda la vida que les debe de haber cuidado desde pequeños, por la forma de hablar, pero no duerme en la casa.
Santa Fe me ha recibido con un calor importante, sobre todo porque no estoy acostumbrado, por lo que he decidido quedarme en la casa hasta las seis y salir luego a dar una vuelta por el barrio. Mañana iré al centro y veremos qué hago en función del tiempo. Esta es una zona residencial, aunque no un barrio cerrado. Está en la salida Norte de la ciudad, al lado de la laguna y, aunque bastante ecléctica en cuanto a tipos de construcción, es muy agradable y está bien cuidada. Se llama Guadalupe por la basílica que veréis en las fotos.
El mayor atractivo del barrio es su situación junto a la costanera, un paseo que bordea la laguna y que llega hasta el centro de la ciudad. A pesar de ser muy bonita, con miradores que se internan en el agua y bien cuidada, supongo que por el riesgo de que te puedan comer vivo los mosquitos, apenas había nadie por allí, solo algunas parejitas jóvenes y algún pescador. La verdad es que no noto picaduras de momento, pero la sensación era un poco angustiosa viendo las nubes de bichos al contraluz de la caída de la tarde.
Sea ésta la razón o no, lo que tiene un tremendo éxito de público es lo que podríamos llamar la costanera bis, la avenida que discurre paralela, a una cuadra de distancia y que esta tarde estaba llena de todo tipo de «deportistas», las comillas son por los de la ruta del colesterol, que también los hay, pero la verdad es que se ve mucha gente joven corriendo, en bicicleta, patines y practicando tenis y pádel en alguno de los centros deportivos que se suceden a lo largo de Almirante Brown, que es el nombre de la calle. Es una avenida amplia y con aceras de buen tamaño y cuidadas que favorece estas actividades. Además el entorno es atractivo porque las mejores casas de la zona dan a esta vía que lleva directamente al centro. Al acercarse a él, se acerca también a la orilla de la laguna de forma que los dos páseos se confunden en el tramo final hasta el puente colgante, orgullo de la ciudad, aunque como todo el mundo sabe: «No hay en el mundo, leré, puente colgante, leré, más elegante, leré, quel de Bilbau, riau riau».
El centro de la ciudad ofrece poco interés desde el punto de vista arquitectónico, aunque hay edificios interesantes. Tiene también una zona peatonal amplia con muchos comercios de todo tipo y salpicando aquí y allá algún edificio destacable. También muestra algunas barbaridades urbanísticas como la enorme antena situada sobre las casas en plena zona comercial. En general da la impresión de una ciudad muy activa, sin llegar al nivel de Rosario, con un tráfico bastante ordenado por la urbanización en cuadrícula que he comprobado en la mayoría de las ciudades argentinas que he visto. Parece un sitio tranquilo, con un centro activo y amplias zonas residenciales bastante agradables, supongo que no he visto lo peor, que existirá sin duda. La vida, por las tardes, se concentra desde luego en la costanera, donde menos bañarse puedes ver todo tipo de actividades de paseo y deportivas. Me llamó la atención un grupo de mujeres jugando hockey hierba que no eran unas crías precisamente, lo que me sugiere que debe de haber bastante aficción en esta zona. Los resultados de su selección siempre han sido buenos, desde luego. Y ahora que dejo ya las ciudades más grandes, a la espera de volver a Buenos Aires, me sorprende confirmar también aquí la poca presencia de arquitectura colonial en ellas. Apenas quedan restos y, si acaso, en alguna iglesia o edificio religioso, pero cero en edificación civil. Una lástima que se hayan perdido porque, por su historia, deberían estar repletas de ellos. Quizás, haciendo memoria de lo visto, incluyendo la manzana jesuítica de Córdoba, lo más «auténtico» que me he encontrado ha sido, esta mañana, la iglesia de San Francisco, blanca, con un campanario bajo y tejadillos de madera. Parece que aquí estuvo dando clases el actual Papa, ¿será por eso que escogió ese nombre? Dominus solus novit (Solo Dios lo sabe).
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