Mendoza y Córdoba

Ya que he dedicado una entrada a la excursión a los Andes desde Mendoza, ahora voy a englobar los comentarios sobre el resto de mi estancia allí y el paso por Córdoba en una sola entrada, sobre todo porque en Córdoba lo fundamental han sido las horas pasadas con la familia de Toni Bazán, el diplomático argentino que intentó ayudar a salir de la URSS a Pedro Cepeda, protagonista de la historia que se cuenta en Harina de Otro Costal, cuya nieta Soledad contactó hace un tiempo con Ana Cepeda y a quienes traje un par de libros desde Madrid para que pudieran leer la historia «en la voz» de uno de sus protagonistas, ya que la habían oído muchas veces directamente de la boca de otro. Pero esto lo contaré en otro lugar. El último día en Mendoza lo dediqué a visitar un par de bodegas de la zona junto a mi compañero de alojamiento Joe, un americano de Montana, abogado del gobierno, que trabajaba en un lobby dedicado a las gestiones sobre introducción o eliminación de impuestos en el Congreso de su Estado, que se acaba de jubilar y amenaza con visitar España este mismo año. De momento se está empollando un libraco llamado Iberia, de un tal James A. Michener, en el que cuenta sus viajes por España a mediados de los años sesenta. Ya le he advertido que se va a encontrar una España un tanto diferente pero él insiste en que es un libro excelente. No lo dudo. Nos acompañó como conductor y guía, esto último un tanto relativo, un amigo de nuestro anfitrión, Guillermo, un chico joven, recién licenciado, que anda buscando todavía su camino, lo normal. De momento nos consiguió unas visitas muy diferentes, lo que es de agradecer, y una comida a base de carnaza en una excelente parrilla de la zona, así que ninguna queja. La primera visita fue a una de las bodegas más grandes de la zona, Bodegas López, con un grupo también bastante numeroso y un guía muy eficaz pero que daba mucho la sensación de tenerlo todo muy aprendido y muy trabajado. La bodega es bastante convencional, quiero decir que los edificios son muy parecidos a los de las bodegas más tradicionales españolas, alejado de las viñas y concentrando toda la labor en el mismo lugar. Lo mejor fue la parte en que nos mostraron el proceso de elaboración, no es la primera bodega que visito pero nunca me lo habían explicado con tanta claridad y detalle ni había podido observar uno por uno todos los pasos de la elaboración del vino, desde la descarga de la uva a las cajas de botellas saliendo para el almacén. La degustación ya no fue tan interesante, nos dieron a probar un vino blanco y dos Malbec diferentes, se supone que los mejores que tienen, Pues Joe y yo coincidimos en que el que más nos había gustado era el Chardonnay, lo que no deja en muy buen lugar a los tintos, me parece.

Por la tarde visitamos una bodega de otro estilo, Catena Zapata, con un edificio central que recuerda una pirámide maya, situado en medio de uno de sus viñedos y más una especie de clase de iniciación a la cata que una visita en sí. Éramos seis personas y nuestra guía era una chica joven, muy simpática y que nos hizo sentir que le entusiasmaba su trabajo, lo que es siempre de agradecer. Primero nos explicó las diferencias entre los diferentes viñedos, con pruebas directas de las barricas de roble, y luego nos llevó a una cata en la que habían preparado también un blanco y dos tintos pero con agua, frutos secos y copas diferentes, en fin, muy bien montado. Probamos de uno en uno, nariz y boca, los dos tintos seguidos después de diferentes frutos secos… La cuestión es que terminamos muy satisfechos de la experiencia y discrepando entre Joe y yo cuál de los tintos nos parecía mejor, en este caso eran dos mezclas de Malbec y Cabernet, en diferente proporción, y a mí me gustó el que tenía más Cabernet.

Al día siguiente salí temprano para un viaje un poco «palizero», de doce horas de bus y todo por el día. La mayoría del camino es atravesando la Pampa, bastante monótono, con rectas interminables, aunque de vez en cuando aparecen algunas montañas en el horizonte, montañas bajas, con bastante arbolado, que al acercarse  descubren alguna ciudad pequeña o algún pueblo con las clásicas construcciones de un solo piso, aunque aquí ya nos olvidamos de la madera, en un entorno bastante agradable. La zona mayor y más interesante es la más cercana a Córdoba, a poco más de cien kilómetros, lo que llaman Traslasierra porque para llegar desde la ciudad hay que atravesar una, con algún bonito río y algunas quebradas bastante espectaculares. Los valles son muy verdes y se nota que son zonas de veraneo o de segunda residencia de los habitantes de la capital. Hay que tener en cuenta que Córdoba es la segunda ciudad de Argentina, compitiendo siempre con Rosario, y que alcanza más de un millón y medio de habitantes.

Como he dicho, no he podido ver mucho de la ciudad, apenas el centro, pero no parece una ciudad de una gran belleza, aunque tiene algunos edificios muy interesantes, los de mayor interés son los relacionados con la orden de los jesuítas, de hecho, la llamada «Manzana Jesuítica» está calificada como Patrimonio de la Humanidad. Lo que sí parece es tener una vida cultural muy activa, abundan los museos, las convocatorias de actos culturales y los teatros, además de las salas de exposiciones de todo tipo. El apodo de la ciudad es La Docta, supongo que más por su Universidad que por otra cosa, pero parece que se lo han tomado al pié de la letra. Me parece muy bien.



Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

SOBRE MI

Nací en 1953 en Carabanchel, recién incorporado al municipio de Madrid como un barrio periférico de obreros e inmigrantes, no muy distinto de lo que es ahora. Siempre me ha gustado la vida de barrio y me he identificado con él, yo que repudio fronteras, banderas e himnos más o menos por igual. Pero en el fondo sigo siendo aquel chaval al que los vecinos y las vecinas conocían como «el chico de la Antonia». Por muchos años…, sin exagerar.

A %d blogueros les gusta esto: