Guatepé y El Peñol

Otra de las excursiones clásicas desde Medellin es esta, una excursión bastante completa en la que haces varias actividades diferentes y bastante divertida, sobre todo si el grupo colabora. El mio no es que colaborara mucho pero encontré una parejita encantadora de chileno y colombiana, que era la segunda vez que se veían (no el segundo día, ya habían pasado un par de semanas juntos cuando se conocieron y ahora él había venido a pasar un mes en Colombia) y estaban pensando ya en que ella se fuera a vivir a Chile donde tiene más oportunidades de trabajo, ella es enfermera y el odontólogo. Me frieron a preguntas y ya sabéis como soy yo de charlatán, sobre todo hablando de viajes, pero afortunadamente no parecieron aburrirse mucho. El caso es que la excursión la llevé mucho mejor con ellos porque cuando me levanté a las siete todavía me duraba el efecto del licor antioqueño que Dios confunda. Menos mal que Claudia, que no bebe, me llevo a la agencia en su moto y me dio un poco el aire por el camino, si no me podría haber pasado la mitad de la excursión sobando.

La historia la conocemos bien los que tenemos unos años y vivimos todo el problema de la construcción del pantano de Riofrío, en León. Todavía recuerdo a Imanol Arias manifestándose para que no se construyera la represa. Esta es similar, la construcción de una represa que hace desaparecer un pueblo entero, el pueblo de El Peñol o La Piedra de El Peñol, que no me enteré muy bien al final como se llama realmente, que debe su nombre a una roca bastante singular, aunque mi hija me dice que hay varias como esa en Sudamérica, una roca volcánica, supongo que basáltica, con una forma muy similar al famoso Pan de Azúcar de Rio aunque de menor tamaño. Bueno, pues lo típico, las autoridades se empeñan en construir la presa y reconstruir el pueblo en una zona mas alta, algunos acceden, otros no, va pasando el tiempo e incluso los que habían aceptado se lo empiezan a pensar porque el dinero ofrecido, con el tiempo, ha perdido valor… A todo esto el asunto se complica por temas indigenistas ya que la mayoría de la población eran indios o descendientes directos. Al final la empresa se construye, el nuevo pueblo también, y los antiguos moradores rehacen la vieja iglesia del pueblo y alguna de las casas originales como recuerdo y lo mantienen a modo reivindicativo y, como vemos ahora, turístico. Pues la primera parte de la excursión es la visita del nuevo Pueblo de El Peñol en el que, además, uno de los antiguos habitantes intentó durante muchos años construir una iglesia con la forma de la roca, que él no pudo ver, pero que al final se construyó y constituye una atracción turística más.

La única casa realmente original que quedó, simplemente porque el agua no llegó a cubrirla es la que aparece en la parte inferior de esta foto
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La segunda parte de la excursión es un paseo en bote por la represa, un paseo amplio y amenizado con musica salsera y alguna actuación improvisada de cante y baile, como no, en el que se recorre una parte bastante grande de la misma y en la que te cuentan diversas anécdotas, desde la casa que se acaba de hacer James Rodríguez en una de las orillas hasta donde estaba la segunda vivienda de Pablo Escobar, volada y quemada en estos momentos pero en la que aún se distinguen incluso las entradas a algunas de las vías de escape que el famoso narco tenia preparadas para utilizar en caso de necesidad. En definitiva, un bonito, sobre todo porque hacia un tiempo excelente, paseo acuático que te lleva hasta los autobuses que, en muy poco tiempo, te acercan al famoso Peñol donde empieza una de las atracciones reales del viaje.

El tal Peñol es un «piedrolo» de 200 metros de altura, según reza el cartel, con 659 escalones que te llevan «cómodamente» a lo alto, pero que según la propia numeración de los escalones son 735, no es que importe mucho, pero oye… La verdad es que la vista desde arriba es espectacular y que en los restaurantes de abajo, una vez has cumplido con tu honor, se come bastante bien incluso para ser una excursión. Eso si, el agua y el acceso te lo cobran bien…, dentro de lo que son los precios bolivianos, porque al cambio la verdad es que la cosa no resulta tan aparatosa. No resulta sencillito, los escalones son irregulares en muchos sitios y no deja de ser una escalera de caracol un poco bestia. Pero es verdad que viendo alguna de las personas que lo suben, la cosa tampoco es como para sentirse heróico.

La excursión concluye con la visita a uno de los pueblos mas bonitos y mas curiosos que he visitado en este viaje. No es un pueblo espectacular, no tiene edificios de gran nivel pero además de estar al borde de la represa y tener actividades acuáticas, tiene una característica que lo hace, yo creo, único, y es que todas las casas, por normativa municipal, tienen que tener pintados y adornados los zócalos. La historia viene de que en su origen, las casas eran de adobe y las muchas cabras y ovejas del pueblo parece que se entretenían en comerse la paja con que estaban construidos los ladrillos, lógicamente, con preferencia por las zonas bajas. Esto hizo que a alguien se le ocurriera la idea de pintar las zonas bajas de las casas con diferentes temas relacionados con la familia propietaria, la profesión, la historia o las aficiones de los moradores. El éxito fue grande y, al final, se dio la ordenanza para que fuera obligatoria la decoración de los bajos de las viviendas incluida la iglesia, donde se ṕúéden ver las figuras de los animales que representan a los evangelistas. En resumen un pueblo bonito y tranquilo donde pasear y áćábar la excursión con un batido de frutas fantáśtico, como los habituales por estas tierras, en una terracita de la plaza. Un día muy completo y una resaca menos. Ah, y se llama Guatepé.



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SOBRE MI

Nací en 1953 en Carabanchel, recién incorporado al municipio de Madrid como un barrio periférico de obreros e inmigrantes, no muy distinto de lo que es ahora. Siempre me ha gustado la vida de barrio y me he identificado con él, yo que repudio fronteras, banderas e himnos más o menos por igual. Pero en el fondo sigo siendo aquel chaval al que los vecinos y las vecinas conocían como «el chico de la Antonia». Por muchos años…, sin exagerar.

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