El viernes pasado tuve ocasión de presenciar uno de esos detalles que la vida tiene a veces y que te reconcilian, aunque solo sea momentáneamente, con el ser humano, tan desastre demasiadas veces. El origen está en la semana anterior, el domingo creo: Aura iba sola en la camioneta y el coche que marchaba delante del suyo sufrió una embestida desde un lateral por un individuo que no respetó el semáforo. La verdad es que casi nadie respeta los semáforos en Venezuela porque la mayoría no funcionan, y lo peor es que suelen estar en rojo permanentemente, con lo que cuando llegas a uno lo que hacemos es extremar las precauciones y poco más. En este caso el tipo en cuestión ni siquiera tuvo la mínima precaución, al parecer. El caso es que del coche embestido se bajó una mujer bastante aturdida. Aura detuvo el suyo y se acercó para ver si estaba herida o podía ayudar en algo. Cuando llegó al vehículo vió que dentro viajaba una niña de unos seis o siete años que temblaba como una hoja por el susto y que no podía ni hablar. Aura intentó inmediatamente tranquilizarla, ayudó a la madre a apartar el coche y se quedó con la niña mientras ella hablaba con el otro conductor y esperaban a que viniera a recogerlas una amiga porque el coche no podía continuar. La amiga llegó por fin, subieron a su coche y se despidieron sin que la niña hubiera dicho una palabra, al parecer. Me contó el incidente al llegar a casa pero no volvimos a hablar del asunto, y aquí viene el detalle que comentaba y al que me refería al principio.
Estábamos con una amiga en una pizzería junto a la playa escuchando la actuación de un conocido de ellas, un músico de aquí, de Margarita, y de pronto una niña rubita se acerca corriendo y se abraza a Aura. Ella se sorprendió porque no la reconoció inmediatamente, pensaba que era una confusión de la niña, pero en ese momento llegó la madre sonriendo, disculpándose y diciendo que acababan de llegar con el padre y unos amigos y que la niña la había visto y le había dicho: «Mira mamá, la señora que nos ayudó», y había salido corriendo hacia nuestra mesa. La pequeña no se soltó de su «benefactora» mientras que el padre nos saludaba y comentábamos el incidente. Luego hicimos unas fotos y la madre intercambió teléfonos con Aura. Es una de las cosas que me encantan de este país: las personas son desinhibidas y comunicativas desde pequeñas. ¿Otra? Ellas SÍ se llamarán y tomarán café cualquier día de estos. Seguro.
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