Llevo semanas con estas fotografías guardadas esperando el momento de encontrar las palabras para presentarlas. No pretendo hacer un relato dramático, bastante lo es su situación, ni explicativo…, ni aséptico, porque no puedo dejar de tomar partido contra quienes provocan, mantienen y consienten algo semejante. Pero la verdad es que las fotos lo dicen todo.
Llevo unos meses en Venezuela, ya estuve aquí casi cinco durante el último año, y una de las cosas que me llama la atención en un país con tanta gente pasando muy serias dificultades, es la casi inexistencia de ciudadanos pidiendo limosna por las calles. Hay gente que vende cualquier tipo de cosas, desde pequeños bolsos hechos con los inservibles billetes pequeños, de curso legal pero sin valor efectivo, a una cosa tan caribeña como un rompecolchones. Y por supuesto, abundan los gorrillas, que te indican donde aparcar y a quien no te atreves a dejar sin su propina por si acaso. Incluso puedes comprobar que las famosas escenas de personas rebuscando comida en la basura no son un invento de la prensa (las hemos visto en España hace nada y no descarto que se pueda ver alguna todavía). Pero es muy raro el limosneo como tal. Muy raro. Y no creo que sea cuestión de presión policial, aquí la policía de calle solo te molesta si cree que puede sacarte algo. Por cierto, esto último no es cosa del chavismo, es un mal endémico en el país, exacerbado eso sí, en los últimos tiempos.
Por eso, entre otras cosas, me llama la atención de forma especial esa mendicidad infantil concentrada en torno a los accesos al ferry en Isla Margarita. Es verdad que no piden solo dinero, cualquier cosa les vale, pero algunos llevan los billetes en la mano para orientar al posible cliente. Funcionan en pequeñas pandillas que van, por lo que yo he visto, desde los cuatro o cinco hasta los doce o trece años. En cada grupo hay un administrador (¿jefe?) que recibe los donativos y los reparte. Sospecho que habrá alguien más mayor que se aproveche, pero no lo sé. No son insistentes, tocan el vidrio del conductor o el acompañante mientras intentan ver el interior haciendo sombra sobre los ojos con sus pequeñas manos porque el noventa por ciento de los coches en Venezuela llevan los cristales oscurecidos. Muchas veces tienen que ponerse de puntillas e incluso ayudarse a llegar, ya que los carros altos, las camionetas, abundan en este país. Y otra cosa que no es fácil de ver en Venezuela: van descalzos y casi desnudos, sobre todo los más pequeños. Quizás sea porque Margarita es una isla caribeña, no lo sé.
Es un triste espectáculo, la verdad, aunque no muestra en ningún momento esa cara melodramática que busca la lástima y que se da en otros lugares, pienso sobre todo en España. Los niños se mueven con toda naturalidad, como quien realiza un trabajo diario al que les han acostumbrado y para el que les han educado desde muy pequeños. Es la impresión que me da cada vez que lo veo.
Y lo peor es que hay muchos niños en el mundo pasándolo peor que estos: millones, concretamente. ¡Muy bonito lo nuestro! ¡¡De nada chavales!!
Deja una respuesta