Primera parte: de Pastors, en busca del origen perdido.

   Si mon pare no os ha dat         
les claus del castell major,                
¿per què combateu, senyor,              
lo que ja teniu guanyat?          

   Si tenia la barbacana            
guanyada, como clar se veu,             
senyor, ¿per qué combateu               
allò que per vós se mana?                 

   Si teniu seguretat          
y claus del castell menor,                 
¿per què combateu, senyor (...)

Tirant lo Blanch, capítulo 436. Joan Martorell, siglo XV

(el texto tiene un doble sentido ya que la doncella recrimina al caballero que teniendo ganado el acceso al castillo menor, o sea a ella misma, se distraiga en conflictos con el padre y no la atienda como debería).

Estos versos de la muy famosa y antigua novela de caballerías me vienen muy bien para introducir esta historia, en tono de humor-erótico, ya que efectivamente, mi apellido es lo que parece: catalán. Y además muy antiguo, más o menos como los versos. Y además lo es, mío quiero decir, gracias a un affaire sentimental que conoceréis más adelante. Alguien me dirá que la novela no está escrita en catalán sino en valenciano, pero sinceramente, las discusiones sobre si son el mismo idioma o no, me aburren. Y pretender distinguir entre uno y otro en el siglo XV…, en fin.

Teniendo en cuenta que mi padre y yo, y hasta donde sé mi abuelo, siempre hemos “presumido” de ser de Carabanchel, la verdad es que no deja de ser curioso. Pero todo tiene su explicación, incluido el por qué eso tan aparentemente obvio ha supuesto una sorpresa para mí. Además, reciente.

Desde que tengo uso de razón, siempre le oí contar a mi padre que nuestro apellido era originalmente Pastor, a secas, pero que un antepasado mío había “comprado” el derecho a cambiarlo incorporando el de anterior y la s final. El susodicho era militar de carrera y parece que había llegado a un importante grado en el Ejército, y de esa forma quería distinguirse de la plebe. Parece que había un documento que guardaba su hermano, mi tío Antonio, que lo demostraba. Incluso recuerdo haberle oído decir que la cantidad estaba expresada en reales, lo cual tendría toda la lógica del mundo. Nunca vi el documento y, por lo que sé ahora, nunca lo veré. Como considero a mi padre incapaz de “construir” una historia como esa, no por falta de imaginación sino por sentido de la rectitud, supongo que sería algún invento de mi tío, mucho más “imaginativo”, o incluso de mi abuelo, perfectamente capaz de inventarla también. O simplemente una tergiversación de alguna actualización del apellido de cara a cualquier tipo de prebenda o disputa por herencia. Lo ignoro.

La cuestión es que hace poco tiempo, no más de tres o cuatro años, un amigo me comentó durante una cena en su casa que estaba dedicando bastante tiempo, una vez jubilado, a investigar en su árbol genealógico y que estaba consiguiendo datos incluso de varios siglos atrás. Al parecer se trataba de una página web internacional, gestionada por una determinada Iglesia que no mencionaré, El asunto despertó mi curiosidad, aunque hasta hace poco más de un año no me puse a buscar a mi vez los datos de mi propia familia. Y lo que encontré me dejó bastante perplejo. Naturalmente, mi búsqueda se realizó a la inversa, partiendo de mi padre y remontándome en el tiempo, pero lo voy a contar cronológicamente, siguiendo el orden histórico, por dar mayor orden al relato. Y claro, la referida web me ha dado muchos datos y, sobre todo, ideas para buscar, porque hoy en día casi todo se puede encontrar en internet.

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