EL GENERAL SÍ TIENE QUIEN LE ESCRIBA
El general repasó la carta que acababa de escribir. Sin firmarla, se acercó a la ventana del despacho, que daba a la fachada principal de la casa. Observó frente a él la escalinata de la catedral, en la que, en ese momento, apenas una docena de mendigos intentaban estimular la caridad de las pocas personas que subían o bajaban de la parte alta de la ciudad. Suspiró profundamente y volvió al escritorio.
Père María de Montserrat de Pastors y Sala y Cella, uno de los pocos mariscales de campo del Ejército español, un cargo en proceso de desaparición en aquel momento, releyó una vez más el escrito y lo firmó con decisión. Secó su firma antes de doblar y lacrar el documento con su sello oficial y llamó con la campanilla que tenía sobre la mesa. Su ayudante, el teniente de caballería Josep Lluis Huguet y Ayuso, entró en la habitación y se cuadró frente a la magnífica mesa de madera tallada del escritorio:
- A sus órdenes mi general.
- Teniente, quiero que usted personalmente entregue esta carta al señor alcalde y le anuncie que dentro de dos horas me presentaré en el Consistorio para proceder en función de lo que en ella queda escrito.
- Disculpe la impertinencia, mi general, pero…, ¿ha resuelto usted aceptar la propuesta del Ayuntamiento?
El general miró a su ayudante por encima de los lentes redondos que utilizaba para leer. El joven teniente, íntimo amigo y compañero de estudios de su hijo Joaquim, contaba con todo su afecto y eso le permitía una familiaridad que le habilitaba para preguntarle por sus intenciones. Más aún, para mantenerle informado de la propuesta y de su decisión, que también le afectaba, aunque estaba convencido de que sería de forma temporal y para un plazo muy corto, además.
- ¿Acaso lo dudabas? -contestó con una sonrisa mientras se quitaba los lentes- No puedo perder la oportunidad de volver a salir en los papeles, aunque solo sea como un viejo soldado que acepta el penúltimo servicio a su Patria. ¿Ves? Ya le estoy dando el titular a algún gacetillero local.
- No creo que nadie pueda poner en duda su dedicación y su permanente disponibilidad, Excelencia. Pero, si me permite, esta es una situación extraña, muy poco habitual y podría no ser bien entendida por algunas personas muy poderosas.
- Eso es cierto, desde luego. Pero, ¿qué puede pasar? Tengo ya muchos años y estoy oficialmente en la reserva. Que me critiquen en ciertos círculos me importa menos que la angustia de esta gente si puedo ayudarles a estar más tranquilos. Recuerda que es mi ciudad y la de mi familia, y hay que respetar también estas viejas piedras.
- Por supuesto mi general. El balneario tendrá que esperar -contestó sonriendo el teniente mientras recogía el documento, se cuadraba de nuevo y salía del despacho.
Una vez solo, el general se levantó del escritorio y salió del despacho a su vez.
El día anterior, el alcalde en persona, acompañado por tres de sus concejales, había acudido a la casa Pastors, el más famoso palacete renacentista de la ciudad, justo frente a la escalinata de acceso a la catedral, para entregarle una carta que ahora volvía a revisar, por enésima vez, sentado en su lugar preferido de la mansión, la biblioteca, con una magnífica colección de libros cuya mayor parte había pertenecido a uno de sus antepasados, el cardenal Sala, que fue abad de Montserrat y por quien había recibido su segundo nombre:
“ Ayuntamiento constitucional de la inmortal Gerona.–
Excmo. Sr.: Por efecto de las ocurrencias que acaban depasar en esta ciudad, ha quedado huérfana de Autoridadessuperiores, ……y con la feliz ocasión de hallarse V. E. accidentalmente en ella, ha resuelto rogar á V. E. se digne aceptar el mando civil y militar de la misma,… Dios guarde á V. E. muchos años.
Gerona 24 de Julio de 1856. ===== El Alcalde primero constitucional presidente, Juan Balari.—P. A. D. E. A.—Alejandro Font, secretario.=Excmo. Sr. D. Pedro María de Pastors, Mariscal de Campo de los ejércitos nacionales.“
Los hechos a los que se refería la carta del consistorio gerundense habían tenido su origen en el levantamiento producido en algunos lugares, con diferente éxito, por la decisión de O’Donnell de desarmar a la Milicia Nacional, una estructura militar diferenciada de la del Ejército Regular, que había luchado en las guerras carlistas del lado liberal y que se había creado durante la Guerra de la Independencia. Esa decisión había empujado a muchos ciudadanos a solicitar el pronunciamiento del general Espartero, apartado del poder por su antiguo socio en el bienio liberal, aunque aquel nunca respondió. El caso es que, durante la confusión de los primeros días, el general Ruiz, Gobernador militar de Girona, influido por el diputado Forgas, había intentado un pronunciamiento que no fue secundado por sus tropas y abandonado la ciudad el día 20 de julio. A su vez, la oficialidad decidió desplazar las tropas a Reus para ponerse a disposición del mando y, ante su ausencia, un Batallón de nacionales había entrado en ella y acampado junto a la muralla, sin haber aclarado previamente sus intenciones. Ante la situación de inseguridad, el Ayuntamiento había pedido al general que se hiciera cargo de la plaza.

Su trayectoria de militar liberal, siempre al lado de la Corona y de las varias Constituciones vigentes durante sus años de servicio, justificaban de alguna manera la petición y hacían poco menos que imposible una negativa por su parte, aunque la idea que esa decisión podía transmitir a las altas instancias del Ejército y del Gobierno, de que compartía personalmente la sensación de falta de control y desprotección que tenía la ciudadanía de Girona podría, desde luego, traerle consecuencias desagradables como había anticipado su ayudante. Habría que recurrir una vez más a las capacidades políticas demostradas en otras ocasiones, para lo que tenía que ser muy escrupuloso con sus palabras y, sobre todo, con sus escritos. De hecho, estaba convencido de que la carta que acababa de enviar con el teniente Huguet era un ejemplo de ello:
“ Excmo. Sr.: Acabo de recibir la credencial que esa digní- sima Corporación me dirige, deseosa de que me encargue del interino mando militar y civil de esta plaza,……admitir la interinidad que V. E. desea, pues como militar, decidido defensor de los derechos de nuestra Reina constitucional; como español y como gerundense, me lisonjeo de que con la leal cooperación de ese Excelentísimo Ayuntamiento, lograremos se conserve en esta plaza la tranquilidad de que son tan dignos sus apreciables habitantes, y sea entregada, sin el menor acontecimiento que lamentar, a la Autoridad militar que el Gobierno designe para ejercer su efectividad.
Dios guarde á V. E. muchos años.
Gerona 25 de Julio de 1856.
Excmo. Sr.= Pedro María de Pastors. Excelentísimo Ayuntamiento constitucional de esta ciudad“
Después de desayunar en su habitación, el vallet que su hermano mayor Narcís le había asignado para atenderle durante su estancia en Girona, le ayudó a vestir el uniforme de gala de Mariscal de Campo con el que quería presentarse en el Ayuntamiento para dar mayor prestancia a su posición, lo que sabía por experiencia que podía ser muy importante en aquellos momentos. Narcis era el propietario de la casa familiar que, como hereu, había recibido junto con los derechos nobiliarios de su padre, Joseph Carles de Pastors i Mercader, y estaba fuera de la ciudad en aquellos días junto con su familia, lo que no le había impedido organizar perfectamente la que iba a ser, en principio, una corta estancia en la ciudad.
Como no tenía asignada escolta puesto que, además de estar ya en la reserva, el viaje, en principio, era un desplazamiento de carácter personal en el que iba a pasar unos días en el cercano balneario de Caldes de Montbuí, decidió acudir en la carroza familiar acompañado del teniente Huguet, montando éste el magnífico caballo andaluz que el padre del joven, un acaudalado comerciante de Ceuta, le había regalado al graduarse en la Academia Militar. Y de esta manera se presentaba ante las puertas del Consistorio a las nueve en punto de la mañana del día 24 de julio de 1856.
Los miembros del Consistorio en pleno salieron a recibirle en medio de una multitud de vecinos que habían acudido a sus puertas al correrse la voz de que el famoso general de Pastors iba a hacerse cargo de la jefatura militar de la plaza en vista de la situación de abandono en que las autoridades militares la habían dejado. Después de los saludos protocolarios y entre los vítores de los presentes, la comitiva entró en el Ayuntamiento para dirigirse al salón de plenos donde iba a celebrarse una reunión extraordinaria con asistencia del general. Después de varias exposiciones de diferentes concejales y del propio alcalde, el general se dio por enterado y les comunicó sus decisiones: la primera, dar un bando que tranquilizara en lo posible a la población ofreciendo impresión de seguridad y protección; la segunda, instalarse en algún despacho del propio Ayuntamiento, en lugar del correspondiente al gobernador militar de la provincia, para no dar a las autoridades ninguna impresión de usurpación de un cargo para el que no había sido nombrado, y la tercera, tomar contacto lo antes posible en con el Capitán General de Catalunya a fin de comunicarle la situación y ponerse a su disposición para seguir instrucciones y, en su caso, solicitar la presencia de una guarnición aunque fuera mínima, ya que todos debían ser conscientes de las dificultades del momento.
Una vez situado en uno de los despachos principales, había insistido en que no fuera el del propio alcalde, como le había sido ofrecido, se dispuso a dictar al secretario que se le había destinado su primer bando, sin saber que iba a ser el único:
“Comandancia general y Gobierno civil de la provinciade Gerona.—Bando.—
Habiéndome manifestado el ExcelentísimoAyuntamiento de esta ciudad los mas vivosdeseos de que me encargase del mando interino de laComandancia general de esta provincia y Gobierno civilde la misma, atendida la orfandad en “que esta habiaquedado por la evasión de todas sus Autoridades”; comomilitar siempre leal á mi Reina constitucional, como español y como gerundense, he admitido una interinidadque sin tan poderosos motivos nunca hubiera aceptado…
Artículo único. Todo individuo, cualquiera que sea laclase á que pertenezca, que de palabra ó por cualquierotro medio subversivo, tratare de perturbar la tranquilidad que tan justamente apetece este digno vecindario, será inmediatamente detenido y conducido á mi presencia para imponerle el castigo con arreglo á los bandos que han sido promulgados por el Excmo. Sr. Capitán General de este ejércitoy principado, comprobado su delitopor la comisión militar que se va á establecer.
Gerona 25 de Julio de 1856.=El General Comandantegeneral interino, Pedro María de Pastors.“
Cuando estaba terminando la redacción del Bando, escuchó el reconocible sonido de una marcha militar y observó, a través de la ventana, como tres unidades con el uniforme de la Milicia iban formando en la plaza, frente al Consistorio. Una vez terminada la redacción del Bando, ordenó su impresión y distribución por toda la ciudad y su envío al periódico local, el Centinela de los Pirineos, para su rápida comunicación y mayor difusión. Después, acompañado del teniente Huguet, salió a la plaza y, entre vítores de los ciudadanos que contemplaban la escena, fue saludado por el comandante, que se puso incondicionalmente a su disposición, y pasó revista a las tropas. Tras unas palabras más dirigidas a los ciudadanos que a los soldados, una vez aclarada la postura de sus jefes, insistiendo en la necesidad de mantener el orden y la lealtad a la Reina y la Constitución, se dirigió confidencialmente al comandante de la Milicia para ordenarle la organización de la guardia ante el Ayuntamiento y las patrullas de vigilancia en la ciudad y se retiró a la casa familiar de la misma forma en que salió de ella pero, esta vez, acompañado de los cuatro solados que iban a formar su escolta personal.
Dejó a Huguet dando instrucciones a los soldados y al personal de la casa, entró en la biblioteca y se acomodó pesadamente en un sillón. Mientras le liberaban de las botas del uniforme, pidió un jerez y recado de escribir. Después entró al despacho, se sentó en el escritorio y redactó una carta que dirigió al Capitán General de Cataluña en Barcelona, Don Juan Zapatero, en la que le explicaba la situación y las decisiones tomadas, pedía instrucciones, y solicitaba la normalización de la situación a la mayor brevedad posible.
Barcelona… La palabra que, invariablemente, le hacía evocar los momentos más difíciles de su ya larga vida militar, aquellos sucesos cuyo momento culminante había sido el asesinato del general Bassa, en su presencia, por una turba descontrolada y en el que él mismo había sido herido de bala, aunque sin mucha gravedad. Sacudió la cabeza intentando borrar esos recuerdos y llamó a su asistente.

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