Mis primeros recuerdos (I)

Mi primer recuerdo es una nevera. Una de aquellas de los años cincuenta redondeada en la parte alta, quizás una Hoover o una Westinghouse, de las que aparecían en las pelis americanas de los años 50 y que a mí, seguramente por mis escasos tres años, me parecía gigantesca. Pero además de que nunca había visto ninguna, cuando mi tía Angelita abrió la puerta, en aquellas bandejas había tres tartas, ¡¡TRES!! Y eso si que no lo había visto jamás y no volvería a verlo en muchos años excepto en los escaparates de las pastelerías (aquella Casa de las Tartas en el Camino de la Laguna ¡mmmm…!).

Recuerdo que los colores eran blanco, azul y anaranjado, supongo que de nata o merengue, mantequilla coloreada y zanahoria o calabaza, aunque mi tía nunca me lo pudo asegurar. Ella trabajaba como cocinera para un alto cargo de la recién inaugurada base aérea de Torrejón,  fruto de los pactos de 1953 entre el gobierno de Franco y el de EEUU que marcó el inicio de la reincorporación de España al concierto internacional tras largos años de semibloqueo político y económico. Era una familia tejana, con tres hijos, uno algo mayor que yo de quien heredé gran parte de su ropa (debí de ser el primer niño de mi barrio en usar vaqueros y camisas de cuadros). Vivían en una casa con jardín de la exclusiva colonia del Viso, entre Serrano y la Castellana (Avenida del Generalísimo entonces). Me han contado que mis tios, que no tenían hijos entonces, me llevaron más de una vez a aquel fabuloso lugar en el que ella trabajaba todo el día y Benito, uno de los hermanos de mi madre, hacía de chófer para la familia por las tardes, ya que él trabajaba por las mañanas en el Parque Móvil, organismo del que dependían los coches oficiales del Régimen.

A pesar de que yo vivía en una infravivienda de Carabanchel, no recuerdo nada que me llamara la atención de la casa ni de los dueños, aunque me han contado que fueron siempre muy cariñosos conmigo e incluso jugaba con los niños en el jardín, pero era demasiado pequeño para acordarme hoy. Lo que nunca he olvidado es ese espectáculo de abundancia que, para un eterno goloso como yo, en una época en la que aún coleaban los restos de las necesidades de posguerra, suponía la sorpresa de saber que otra forma de vida era posible. Supongo que fue la primera vez que debí sentir que el mundo tenía una deuda conmigo…, con nosotros. Pero eso ya no forma parte del recuerdo.

 



Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

SOBRE MI

Nací en 1953 en Carabanchel, recién incorporado al municipio de Madrid como un barrio periférico de obreros e inmigrantes, no muy distinto de lo que es ahora. Siempre me ha gustado la vida de barrio y me he identificado con él, yo que repudio fronteras, banderas e himnos más o menos por igual. Pero en el fondo sigo siendo aquel chaval al que los vecinos y las vecinas conocían como «el chico de la Antonia». Por muchos años…, sin exagerar.

A %d blogueros les gusta esto: